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sábado, 12 de abril de 2008

El Papel de las Comunicaciones









Pensar la globalización desde la cultura
Jesús Martin Barbero

Hasta hace poco creíamos saber con certeza de qué estabamos hablando cuando nombrábamos dicotómicamente lo tradicional y lo moderno, pues mientras la antropología tenia a su cargo las culturas primitivas, la sociología se encargaba de las modernas. Lo que implicó dos opuestas ideas de cultura: para los antropólogos cultura es todo, pues en el magma primordial que habitan los primitivos tan cultura es el hacha como el mito, la maloca como las relaciones de parentesco, el repertorio de las plantas medicinales o el de las danzas rituales; para los sociólogos cultura es sólo un especial tipo de actividades y de objetos, de productos y prácticas, casi todos pertenecientes al canon de las artes y las letras. Pero en la tardo-modernidad que ahora habitamos, la separación que instauraba aquella doble idea de cultura se ve emborronada, de una parte por el movimiento creciente de especialización de lo cultural, ahora organizado en un sistema de industrias productoras de bienes simbólicos dirigidos a sus públicos consumidores (J.J.Bruner), que es lo que hace la escuela con sus alumnos, la iglesia con sus fieles, la prensa con sus lectores o la televisión con sus audiencias. Y de otra parte, la cultura vive un movimiento radicalmente opuesto, un movimiento de antropologización mediante el cual la vida social toda deviene, se convierte en, cultura. Hoy son sujeto/objeto de cultura tanto el arte como la salud, el trabajo como la violencia, y también hay cultura política, y del narcotráfico, cultura organizacional y cultura urbana, juvenil, cultura de género, profesional, audiovisual, cultura científica, tecnológica etc.

La actual reconfiguración de las culturas tradicionales -indígenas, campesinas, negras- responde no sólo a la evolución de los dispositivos de dominación que entraña la globalización, sino también a un efecto derivado de ésta: la intensificación de la comunicación e interacción de esas comunidades con las otras culturas de cada país y del mundo. Desde dentro de las comunidades esos procesos de comunicación son percibidos a la vez como otra forma de amenaza a la supervivencia de sus culturas –la larga y densa experiencia de las trampas a través de las cuales han sido dominadas carga de recelo cualquier exposición al otro- pero al mismo tiempo la comunicación es vivida como una posibilidad de romper la exclusión, como experiencia de interacción que si comporta riesgos también abre nuevas figuras de futuro. Ello está posibilitando que la dinámica de las propias comunidades tradicionales desborde los marcos de comprensión elaborados por los académicos: hay en esas comunidades menos complacencia nostálgica con las tradiciones y una mayor conciencia de la indispensable reelaboración simbólica que exige la construcción del futuro.

Ligado a sus dimensiones tecno-económicas, la globalización pone en marcha un proceso de interconexión a nivel mundial, que conecta todo lo que instrumentalmente vale –empresas, instituciones, individuos- al mismo tiempo que desconecta todo lo que no vale para esa razón. Este proceso de inclusión/exclusión a escala planetaria está convirtiendo a la cultura en espacio estratégico de compresión de las tensiones que desgarran y recomponen el “estar juntos”, y en lugar de anudamiento de todas sus crisis políticas, económicas, religiosas, étnicas, estéticas y sexuales. De ahí que sea desde la diversidad cultural de las historias y los territorios, las experiencias y las memorias, desde donde no sólo se resiste sino se negocia e interactúa con la globalización, y desde donde se acabará por transformarla. Lo que galvaniza hoy a las identidades como motor de lucha es inseparable de la demanda de reconocimiento y de sentido7. Y ni el uno ni el otro son formulables en meros términos económicos o políticos, pues ambos se hallan referidos al núcleo mismo de la cultura en cuanto mundo del pertenecer a y del compartir con. Razón por la cual la identidad se constituye hoy en la fuerza más capaz de introducir contradicciones en la hegemonía de la razón instrumental.

Las políticas culturales deberán en consecuencia asumir que su espacio real no es es ya el de lo nacional o lo local sino ese otro más ancho y complejo de la articulación de la diversidad de las culturas locales dentro de la nación con la construcción del espacio cultural regional – hispanoamericano, francofono, lusófono- y de éste con el de las políticas del mundo. Estamos hablamdo de la necesidad de una nueva institucionalidad mundial de lo cultural capaz de interpelar a los organismos globales como la OMC, el FMI o el BM. Nueva institucionalidad que sólo surgirá de la ruptura con la, hasta ahora pretendidamente única “relación fundante”, la de la cultura con el Estado/nación. Necesitamos repensar la democracia des-estatalizando lo público, esto es, reubicándolo en el nuevo tejido comunicativo de lo social,o sea convocando y movilizando al conjunto de los actores sociales: instituciones, organizaciones y asociaciones, sean estatales, privadas o independientes, políticas, académicas o comunitarias.
http://www.planetagora.org/doc/Barcelona_barbero.doc

1 comentarios:

Roxana Martel dijo...

Gracias por compartirnos el texto, Alejandra. Hubiera sido más interesante si nos comentas tu opinión sobre él.

Lo discutimos en clases.

Roxana